
En verdad yo deseo morir
por aquella que de mí se fue llorando.
Y que al partir decía: Ay, Safo,
qué terrible nuestro dolor,
sin desearlo parto de ti.
Yo dije entonces:
Nunca me olvides, marcha alegre
conoces todo el amor que sentí por ti,
y aun quiero recordarte
por si lo olvidas
todo lo bello y feliz que pasó entre nosotras
tantas coronas de rosas
y violetas que te ceñías junto a mí
y las guirnaldas que trenzabas
en tu tierno cuello
y que enredabas con mil flores
para perfumar después
todo tu cuerpo con aceite de nardo,
leche y aceite de jazmín,
y recostada en el blando lecho
sutil muchacha en flor
dejabas que fluyera el deseo
y no existió danza ni fiesta
ni sagrado bosque
donde no estuvieras conmigo.