23.2.07

Arthur Rimbaud

Arthur Rimbaud (Charleville, 1854 - Marsella, 1891). Este poeta francés perteneciente al mítico grupo de los Malditos, es quizá la voz más influyente de la poesía del último siglo. Conocedor de varios idiomas (latín, griego, inglés, alemán, ruso, indostaní y árabe) desde la infancia demostró su extraordinario talento artístico.
A los catorce años inició sus fugas de casa y sus vagabundeos por Europa. En 1871 escribió el primero de sus importantes poemas (El barco ebrio) y conoció a Verlaine, con quien sostuvo una fructífera y escandalosa relación, que terminó con Rimbaud herido de bala y con su amigo en prisión.
En 1873 publicó en Bruselas Una temporada en el infierno, el gran hito de su videncia poética. Entre 1872 y 1875 creó las Iluminaciones, y abandonó para siempre la literatura. Viajó por numerosos países de Europa, Asia y África, y luego se radicó en Abisinia, como comerciante de café, buscador de oro, explorador y traficante de armas. En 1891 regresó a Francia acosado por un tumor en la rodilla que lo llevaría a la muerte. Su magnífica obra ligada a su delirante vida se convirtió rápidamente en leyenda.

***

Ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Me armé contra la justicia
Huí. ¡Oh miseria, oh hechiceras, oh odio, a ustedes mi tesoro les confié!
Logré desvanecer de mi espíritu toda la esperanza humana. A toda alegría, para estrangularla, di el salto sordo de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, agonizando, la culata de sus fusiles. Invoqué las plagas para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen. Y le jugué buenas trampas a la locura.
Y la primavera me trajo el horrible reír del idiota.
Y ahora, últimamente, encontrándome muy cerca de proferir el último ¡cuac! he pensado buscar la llave del festín antiguo, donde volvería tal vez a tomar apetito.
Esta llave es la caridad. ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
«Serás siempre hiena, etcétera...», exclama el demonio que me coronó de dulces adormideras. «Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y los pecados capitales».
Ah, estoy harto: Pero amado Satán, te conjuro para que me veas con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.